martes, 14 de julio de 2015

De estética infantil - José María Eguren





DE ESTÉTICA INFANTIL

El pensamiento del niño es rara vez superficial. Libre de prejuicios y dudas que lo desvíen, el niño es una flor poética que da todo su perfume. En este sentido es un modelo estético en el concepto actual significativo de la virtud integral del espíritu que se da totalmente en un acto y en todo momento. Es modelo estético por su contenido de belleza, por su principio de vida y su alegría. El estado de contento es la verdadera existencia porque el dolor destruye y es originario de muerte. El niño es nueva vida; una ascensión. Su espíritu vuela para percibir el conocimiento, con la curiosidad de lo ignoto, pues cada descubrimiento es para él una maravilla. Como un despertar, abre los ojos a la mañana de la luz y mira un mundo fantasmagórico de colores vivientes, de ensueños mágicos y perspectivas encantadas. Su pensamiento es la libélula azul que va de flor en flor. Trata de destruir: porque el principio de vida es destructor; la vida nace y palpita a causa de muchas muertes. Pero en el niño este mal es inconsciente. Su vida es pura como del aire y la aurora. Su mal es una harmonía de fuerzas ignoradas. El niño tiene la virtud de los elementos simples; es como la tierra apta para el sembrío, pero su alma transparente es también un aire leve, un viento que se va. William James estudia al niño como la más profunda entidad de vida. Emerson le confiere igual prestancia. El niño es la voluntad primordial, la voluntad directa. Aunque el sentimiento es independiente de la facultad volitiva, en el niño la pasión es voluntaria. Voluntad de sentir, voluntad de acción y de querer son connaturales del niño como lo son el juego y la carrera. El niño corre hacia lo desconocido: corre con sus ensueños; se diría que vive siempre corriendo; cuando se cae se levanta, olvida las sinuosidades del camino de igual manera que los rencores. Su impulso va siempre directo a la belleza: es únicamente estético. Pero los panoramas de su fantasía deben contener la bondad, la bondad que es nobleza, no falta de energía. El corazón conmovido ante el dolor ajeno; el valor gentil cuando crea y no destruye, la galantería que afina el alma, y que forma al hombre, al caballero de toda la vida. El niño despierta a la curiosidad, sigue su carrera de colores, cada detalle es una sorpresa, un cuento encantado, cuyo recuerdo lo llevará a la imitativa y creación. Pero el niño es creador en los momentos; cada juego, cada inventiva, cada travesura es un arte viviente. El niño es un movimiento de arte, un dinamismo estético. Como la estética es la ciencia de corazón, se debe cultivar el corazón del niño en ruta de energía, libertad y nobleza; en el campo de lo bello que afina el alma y enaltece al hombre. Para el niño es necesario vivir en belleza; porque le da un concepto optimista de la vida, que constituye una fuerza. Quien vive en belleza concibe pensamientos hermosos que encienden el amor de humanidad y el crisol del arte. Hay que descubrir en el niño su primer valor anímico y habituarlo a él. La vida es un complejo de hábitos disímiles, al punto que al término de ella hemos vivido nuestros hábitos. Para que sean hermosos en el niño, para su bien individual y colectivo precisa encauzarlos por el miraje estético de bondad, energía y belleza.





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