martes, 14 de julio de 2015

La brevedad del haiku - Javier Sologuren





La brevedad del haiku - Javier Sologuren



Hablar de la poesía tradicional y clásica del Japón es referirse a la tanka y al haiku, y por consiguiente a una de sus características comunes, aquella que se impone de inmediato: la brevedad. Treinta y una  sílabas en un caso y diecisiete en el otro, con arreglo a una estructura de cinco versos (5, 7, 5, 7, 7) y de tres (5, 7, 5), respectivamente. Una sustancia verbal, pues, de una notable parquedad. Pero esta es solo una de sus notas peculiares que por sí misma no la distinguiría, por ejemplo, de un viejo cantarcillo español que dice de la derrota y muerte de un célebre capitán moro:

  En Cañatañazor
                   perdió Almanzor
  el atambor.

Exactamente, tres versos distribuidos en 7, 5 y 5 sílabas. La misma extensión silábica de un haiku, pero qué distante de este. No es la brevedad lo que hace que un haiku sea lo que es, inclusive hay poemas de menos sílabas (que, por otra parte, no constituyen una especie poética) como el asombrado y asombroso «M'illumino / d'immenso» del gran poeta italiano Giuseppe Ungaretti, por citar una sola muestra. Este grande y minúsculo poema sí participa de una de las mayores características del haiku: la intensa fuerza emocional, en el umbral de la exclamación misma, del «¡oh!» indecible y súbito:

  Hay alguien, me pregunto
  sin el pincel en la mano,
                   ¡la luna esta noche!
                                   (Onitsura)





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